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Cambios y permanencias desde la publicación de "Clases. Literatura y disidencia", de Daniel Link

Cambios y permanencias desde la publicación de "Clases. Literatura y disidencia", de Daniel Link

No habían pasado catorce días después de su última clase en Puán –en la sede de la Facultad y Filosofía y Letras de la UBA–, cuando el 9 de julio de 2024 Daniel Link firmó el prólogo a la segunda edición de Clases. Literatura y disidencia (Eterna Cadencia, 2025), libro aparecido en 2005 y que este año, a veinte años exactos de su primera edición, reaparece nuevamente en las librerías.

Clases. Literatura y disidencia, de Daniel Link (Eterna Cadencia).Clases. Literatura y disidencia, de Daniel Link (Eterna Cadencia).

Una primera pregunta que emerge, contrastando ambas ediciones, es acerca de las muchas cosas que han ocurrido en estos veinte años. Como respuesta, sobresale un hecho: en 2005, Daniel Link es uno de los docentes más destacados en la carrera de Letras de la UBA. A sus clases, a las que le dedica horas de preparación, asiste una multitud de estudiantes que se renueva cuatrimestre tras cuatrimestre. A ese trabajo de cátedra, Daniel Link agrega su estilo barthesiano-foucaultiano de “escritura de clases”.

Clases. Literatura y disidencia no es una transcripción de casettes grabados (como sucede con cursos como “El nacimiento de la biopolítica” de 1976 de Michel Foucault en el Collège de France). Sino que Link “escribe” sus clases, en un complejo proceso de “escritura para las clases” y de “clases para la escritura”. Después de Cómo se lee y otras intervenciones críticas (2002), uno de sus grandes libros, Clases es el libro en que Daniel Link comienza a explicitar un “método”.

Se define como catedrático, que dicta cursos de literatura y que escribe sobre temas y obras que van poblando, como sus estudiantes, el aire renovado y anti-asfixiante de las universidades. En 2025, veinte años después, y consumada la reedición del libro, Daniel Link ya no es docente de la carrera de Letras en Puán.

Pero por fuera de las referencias biográficas, los datos, los acontecimientos políticos y culturales: ¿qué cosas exactamente, además de la pandemia, ocurrieron entre 2005 y 2025? Una hipótesis nos aborda. Es posible que las líneas divisorias –las líneas clasificatorias del mundo–, se hayan difuminado un poco. Así se comprende mejor la actualidad de los proyectos políticos que pretenden restaurarlas.

Lo más interesante, releyendo el libro de Link, es que el desplazamiento de las líneas que organizaban la cultura –la experiencia, la vida–, no ha resultado ser tan impredecible sino más bien natural. Es que una conjetura que se desprende, no necesariamente de modo directo pero sí definitorio de entre las páginas del libro, es que estamos ante un desorden generalizado de todos los sistemas de clasificación.

En el caos de las clasificaciones

Una hipótesis sobre el presente acaso podría ser esta: que estamos en la época de todos los desórdenes clasificatorios. La pulsión por nombrar, por ponerle nombre a nuestra época –ninguna época se representó tanto a sí misma como la actual–, podría ser, paradójicamente, el gran síntoma de nuestro desencuentro con las taxonomías. Este dato podría estar brindándole una de sus grandes claves al tiempo actual.

Estamos asistiendo a una crisis de los órdenes clasificatorios que se nos impusieron desde el positivismo, en el siglo XIX. Desde la Ilustración y el Enciclopedismo, en el siglo XVIII. Y desde la Modernidad en el siglo XX. Asistimos, así, a diferentes crisis, porque son también diferentes los órdenes clasificatorios que se desmoronan ante nuestros ojos. Si esta hipótesis es correcta –a la luz todavía de otras crisis de sistemas clasificatorios anteriores–, lo que se vislumbra es que es la crisis de las clasificaciones –y no la crisis de un sistema de clasificación en particular– lo que le estaría dictando su pulso a nuestro tiempo.

Daniel Link en su última clase teórica. Foto: Emmanuel Fernández.Daniel Link en su última clase teórica. Foto: Emmanuel Fernández.

Como si, lo que hubiera importado hasta ahora en la historia, no hubiera sido tanto que un viejo sistema de clasificación triunfe en reemplazo de otro, sino que sea un determinado orden finalmente el que se imponga, para donarle así algún tipo de sosiego inclusive a los derrotados.

En este contexto, lo que más alerta en la situación actual, es que estaríamos ante un estallido de la noción misma de “clasificación” como modo de organización del mundo, la vida, las sociedades. Desde este punto de vista, es posible que nos encontremos en un momento de transición. La humanidad se debate ante un nuevo “umbral”.

Lo paradójico, es que el desorden de las clasificaciones se da en un contexto de programas de etiquetados por doquier, señalando hasta qué punto el triunfo de las clasificaciones podría ser un síntoma, por saturación, de su propia ruina: hashtags, arrobados de nube, tags; ya sean estas informáticas o culturales, empresariales o para-estatales.

En el otro extremo, ante la caducidad de lo moderno mismo como categoría, también asoma la pregunta acerca de si no estaríamos asistiendo al restablecimiento de viejos órdenes –como los heredados desde la escolástica o Edad Media–. “Tecno-feudalismo” y “post-democracia” son solo algunas de las muchas palabras que proliferan en las redes, entre presuntuosas carreras intersubjetivas y algorítmicas por nombrar lo actual.

Un tema de diferencias

Siguiendo la formalidad de los grandes libros, Clases viene también precedido por su propio “prólogo a la segunda edición”. Además de ello, entre los agregados del libro encontramos los dos nuevos capítulos del final: “1965” y “Folklore”. Pero entre los añadidos nuevos, también podemos dar con párrafos como los siguientes, en la página 101: “En un tiempo como el nuestro, que ha hecho saltar por los aires todas las certezas ligadas con el humanismo burgués, la humanitas tiembla, como en Terminator, ante el avance implacable de la máquina. Las inteligencias artificiales amenazan el mismo estatuto de lo humano y ponen a la ‘condición humana’ en un umbral de transformación que aniquilará los antiguos universales.”

El agregado no deja de leerse como una fuerte defensa de la literatura, esa antigualla que resiste frente a la ominosa intrusión de lo artificial: “Pero tal vez no sea el paso hacia atrás que significaría un refugio en los espíritus puros y las almas nobles la mejor política para salir del atolladero, sino un agenciamiento nuevo con la naturaleza y con las máquinas, que encuentre en los juegos de lenguaje (entre los cuales la literatura sigue siendo el más sofisticado, el más audaz), al mismo tiempo, el soporte de alguna humanidad y una estrategia de supervivencia en un mundo cada vez más mecanizado y digitalizado”.

En este sentido, Clases puede leerse como un manifiesto en favor del aula –después del fin de la era del profesor–. Un manifiesto en favor de los encuentros personales en las cátedras, en los pasillos, en la facultad –en tiempos de universidades públicas amenazadas–. Y de los ritos de pasajes: que se producen en los “entres”, entre los híbridos y en el cruce siempre singular de las clasificaciones.

Como si se tratara de personajes salidos de un conocido relato que los precede y los justifica, diferentes años y conceptos van apareciendo a lo largo del libro. Así, vemos desfilar a lo largo de las páginas referencias a lo Beat, a lo Pop y al Folklore. Pero también al Best-seller, a lo Gay, a lo Absurdo, a lo Público, a lo Íntimo, a la Novela, al Teatro y a los Géneros.

Daniel Link en su última clase teórica. Foto: Emmanuel Fernández.Daniel Link en su última clase teórica. Foto: Emmanuel Fernández.

Y entre medio de las series, se dejan entrever algunas dicotomías: solo para recordar que son las oposiciones, así como los modelos de organización del mundo, las que siempre nos están signando. La oposición entre Interior y Exterior, o entre Cultura e Intimidad, se nos presentan como un modo de hilvanar lo personal con lo político: el interior (de la familia, del aula, de las instituciones), no es solo un modo de recordarnos que allí, en los interiores que habitamos, se esbozan también las fisonomías de los exteriores que nos asedian: en la intemperie, a la deriva, en lo afuera de la ley.

Diferentes conceptos en diálogo con obras literarias caras al canon del siglo XX van desfilando por el interior de una obra movida no solo por el ímpetu de pensar las fallas, los momentos de peligro o las fugas a los sistemas de clasificación, sino también para poner en evidencia las muchas categorías que nos faltan. El imposible de las obsesiones clasificatorias es la captura de todo lo existente.

Releído en su nueva versión, es posible que nos descubramos haciendo subrayados nuevos. No es la actualidad del libro lo que más sorprende –en 2005 Clases podía ser leído como el libro de un verdadero libertario, nunca mejor dicho–. Leído en 2025, continúa siendo el libro de un libertario verdadero, que todavía abreva en las fantasías anarco-tecnológicas y precursoras de principios del siglo XXI, promovidas por hackers estelares de entonces como Linus Torvalds y Pekka Himanen.

Lo que no se puede clasificar es lo más político del arte, porque es aquello que pugna por subvertir el orden de lo legible. El arte está fuera de las clasificaciones porque sencillamente las obras, como la vida, respiran en la singularidad.

Clases es un libro abierto, escrito en un borde: entre la literatura y otras producciones culturales; entre el aula y la calle, la página del libro y las salas de museo, los cines y la sobremesa del bar con un número de folklore asomando en la terraza. “Umbral”, de hecho, es de nuevo la palabra que le pone título al último capítulo. Escrito entre sus muchos cruces y universos, el libro emerge también como una meditación sobre los sistemas de clasificación, los sistemas de etiquetado y de remarcación con palabras claves. El índice es también un inventario, una reflexión implícita sobre el modo en que la organización del tiempo en siglos y décadas va disgregando palabras con las que, con un dejo de injusticia, los años van armando par: los 60 / los años pop; los 90, los años del neoliberalismo; los 80 / los años de la primavera alfonsinista.

El libro trae una gran teoría sobre la vejez de los medios masivos. Pero también, sobre el carácter suntuoso de las artes caídas en desuso, como el consumo de vinilos o la propia lectura en papel en la edad de las pantallas. Es un libro que da saltos, entre reflexiones sobre el aula, el museo, la escuela y los centros comerciales. Mucho más acá, el libro podría estar inspirado en “El heredero”, un poema de Ariel Schettini: “Cuando mi hermana tuvo un hijo / no sabíamos qué tendría. / [si] un nuevo consumidor en el mercado, / o un agente de polución ambiental. / Bienvenido –le decíamos–. / Bienvenido a las clases y a las clasificaciones.”

Un proyecto educativo

Si el humanismo fue un largo proceso de domesticación de lo humano, y si no hay mucha esperanza de vida por fuera del capitalismo –más allá inclusive de que al parecer dentro de él tampoco–, para Daniel Link las escuelas deberían enseñar por lo menos y fundamentalmente unas pocas cosas.

Como, por ejemplo: que palabras como “Ilustración”, “Humanismo”, “Renacimiento” o “Cultura pop”, son solo algunas de las muchas formas que se han creado, finalmente, para poner en góndola no solo a los objetos sino también a los cuerpos y a las subjetividades; la escuela debería enseñar, por lo menos, a consumir en el mercado de un modo diferente a como lo enseñan a hacer las publicidades de ayer y el algoritmo de las redes sociales de hoy; y la escuela debería enseñar que, para tener un verdadero proyecto de vida, todos deberíamos ser capaces de poder construir, por lo menos, nuestro propio sistema de clasificación.

Un sistema de clasificación propio, absolutamente personal, que sea capaz de selectivamente decir no a todo aquello que se nos presenta ante cada cambio de click, o en los entretiempos con los cambios de canción en Spotify, YouTube o en la sobreabundancia de las ventanas emergentes.

Daniel Link en su última clase teórica. Foto: Emmanuel Fernández.Daniel Link en su última clase teórica. Foto: Emmanuel Fernández.

Aunque quizá en este último punto radique también el problema. ¿No ha sido precisamente la proliferación de tantos sistemas de clasificación –incluidos también los más personales y los únicos– lo que ha terminado generando el hiper-caos de las clasificaciones?

Si algunas o todas estas cosas nos parecen demasiado complejas, siempre queda como último resto de la función escolar la posibilidad de “enseñar” algo acerca de la larga línea del tiempo y del raro lugar de la historia en el que, cuando nacimos, “nos tocó caer”. Por más crisis de la literatura y del arte y de la escuela y de los museos que se pregone –en nombre de una buena nueva tecnológica– la cultura es el territorio en el que, todavía, se negocian las identidades.

Porque, como se deja leer entre líneas en el libro, y a pesar de las crisis de las clasificaciones, del humanismo, de la literatura, una verdad insoslayable se eleva como definitoria: ningún golpe del caos, abolirá a la historia.

Clases. Literatura y disidencia, de Daniel Link (Eterna Cadencia).

Clarin

Clarin

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